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martes, 25 de junio de 2013

Providencia o fatalidad

¿Providencia o fatalidad?
Destino es la fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos” (RAE). ¿Significa esto que no disponemos de la libertad de decidir sobre nuestros actos? Parece, en efecto, que ésta es la interpretación más plausible. La capacidad de decidir por uno mismo se ha dado en llamar “libre albedrío”, y puede explicarse o rebatirse desde puntos de vista filosóficos, religiosos o meramente físicos.
 “Todo lo que nace proviene necesariamente de una causa; pues sin causa, nada puede tener origen” (Platón). El “principio de causalidad” parte del hecho de que todo suceso se origina por una causa, origen o principio. Para que un suceso A sea la causa de un suceso B se tienen que cumplir tres condiciones: que A suceda antes que B, que siempre que suceda A suceda B y que A y B estén próximos en el espacio y en el tiempo. El sujeto, tras varias observaciones, llega a generalizar que, puesto que hasta ahora siempre que ocurrió A se ha dado B, en el futuro ocurrirá lo mismo. Esto nos lleva al “determinismo”. “Determinismo” es otro nombre del azar, de tal modo que el futuro se encontraría por completo inscrito en el presente, de la misma manera que el presente resultaría necesariamente del pasado. “El determinismo no debe confundirse con la idea de una previsión posible: un fenómeno puede estar íntegramente determinado sin dejar de ser perfectamente imprevisible (es el principio de los juegos de azar y sistemas caóticos). El tiempo que hará dentro de seis meses no está escrito en ninguna parte: no está ya determinado; aunque lo estará dentro de seis meses. Por eso, el determinismo no es un fatalismo: no excluye ni el azar ni la eficacia de la acción. Al contrario, permite pensarlos.” (André Comté-Sponville). En definitiva, “determinismo” es la doctrina filosófica que sostiene que todo acontecimiento físico, incluyendo el pensamiento y las acciones humanas, están causalmente determinados por la irrompible cadena causa-consecuencia, y por tanto, el estado actual “determina” en algún sentido el futuro. No debemos confundir los términos y suponer que existe una cadena única y continua de causas, sino que el “determinismo” está formado por un número indeterminado (valga la paradoja) de cadenas y causas.
El principio de causalidad es muy simple para abarcar todos los acontecimientos universales, incluidos los humanos. Para ello se manejan, hoy en día, otros sistemas más complejos como puede ser la “teoría del caos” que pretende, con complicados razonamientos  matemáticos, estudiar ciertos tipos de sistemas dinámicos (determinísticos) muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales. Pequeñas variaciones en dichas condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro.
Kant vio  con claridad que “el determinismo excluía, a la vez, la contingencia y la fatalidad” (CRP “Analítica de los principios”). La contingencia, por cuanto no existe la posibilidad de que algo suceda o no, sino por la posibilidad de conjeturar empíricamente que algo sucederá o no. Y la fatalidad, por cuanto no excluye el azar ni la posibilidad de influir en la acción, es decir, no es un suceso relacionado con el destino sobrenatural, inevitable e ineludible.
En el caso concreto de los humanos, si bien hay en la actualidad muchas investigaciones abiertas al respecto, lo cierto es que el ser humano no decide libremente, en primer lugar porque ha forjado su propio carácter influenciado por los agentes externos, sociales y educativos de su entorno, y las circunstancias que han rodeado su juventud, no de una forma elegida libremente. Por tanto, sus actos emanados de su carácter vienen determinados a priori por unas causas anteriores. Por otra parte, han demostrado los neurólogos que tan solo un 0,1% de nuestra memoria está al alcance de nuestro “consciente”, mientras que el resto, un 99,9% del total, permanece  almacenada en compartimentos estancos en el “subconsciente”, inaccesibles por la voluntad del estado de consciencia. Es por este pequeño porcentaje que nos creemos que tomamos nuestras decisiones de forma completamente libre, mientras que todas las asociaciones de ideas, análisis complejos, comparaciones, estudio de experiencias pasadas, etc., ya las ha realizado nuestro subconsciente con anterioridad y lo que decide nuestro “yo” conocido, no es más que lo que le ha transmitido nuestro “otro yo”, el de los sueños, el de la cara oculta de nuestra memoria.
El “libre albedrío” o capacidad absoluta de las personas de tomar libremente sus propias decisiones es la libertad de la voluntad, en tanto que sería absoluta o indeterminada: “el poder de determinarse a sí mismo sin ser determinado por nada” (Marcel Conche, L’aléatoire, V, 7). Misterioso poder, y estrictamente metafísico: si se pudiera explicar o conocerse, ya no sería libre. Sólo se puede creer en él renunciando a entenderlo, o sólo entenderlo (como ilusión) dejando de creer en él.
La “providencia” es el nombre religioso del destino. La “Providencia Divina” es el medio por y a través del cual Dios gobierna todas las cosas en el universo. La doctrina de la Providencia Divina afirma que Dios está en el control absoluto de todas las cosas. El propósito, o la meta, de la providencia divina es llevar a cabo la voluntad de Dios. Por consiguiente, “determinismo” para los laicos es igual a “providencia” para los creyentes, con una diferencia: Dios no permite injerencias.
La “fatalidad” es el nombre supersticioso del destino: todo estaría escrito por anticipado, de manera que el porvenir sería tan imposible de alterar como el pasado. Esto no es cierto, tanto en el “determinismo” laico como en la “providencia” creyente puede incidirse sobre “la causa”, es decir, Dios puede, según le convenga, cambiar sus designios para con nosotros, de la misma manera que nosotros, mediante nuestros actos, podemos incidir en el resultado determinista.
Intentaré aclarar, con el siguiente ejemplo, cualquier concepto desmembrado del cuerpo expositivo. No es casualidad haber nacido en la cuna que nos ha tocado. Un “yo” sólo puede nacer en el seno de la familia donde nace, puesto que el esperma y el óvulo responsables de su concepción fueron esos y no otros. Si hubieran sido otros ya no habría nacido “yo”, sino “otro”. No es cuestión de suerte nacer en una familia o en otra. Es más, esta circunstancia no volverá a darse mientras perviva la raza humana, dado que dicha fecundación forma ya parte del pasado, y el pasado es irreproducible (ni en un universo infinito cabría esta posibilidad ya que se podrían reproducir las circunstancias, pero nunca en idéntico espacio temporal), por tanto, al morir ya no existe la posibilidad de volver a nacer. Tampoco existe la posibilidad de que nazcan los que tuvieron su oportunidad y no lo hicieron. Los gametos masculinos que no sometieron al óvulo o los ovocitos que fueron expulsados sin oportunidad de ser fecundados, no tendrán jamás la oportunidad de fertilizarse, han quedado en la “negra espalda del tiempo” (Javier Marías). Esta experiencia en términos de “providencia” serían achacables a la voluntad de Dios: “Dios así lo ha querido”. Con razonamientos “deterministas” acordaremos que se dieron las circunstancias lógicas y previsibles: dos personas se conocieron, fueron novios, se casaron, tuvieron relaciones sexuales en cuyo momento un único espermatozoide  fecundó el único óvulo que, una vez desarrollado, se convirtió en “yo”, el único “yo” que existirá jamás. Para que fuera así (y así fue) esas y no otras debieron ser las circunstancias, imprevisibles por completo, pero así mismo “determinables”.
Ignoramos lo que va a suceder, pero cuando ha sucedido y conocemos los motivos, descubrimos que éstos no nos eran tan ajenos como creíamos antes del acontecimiento: sirva para lo bueno como para lo malo.
¿Providencia o fatalidad? Determinismo.
Colau

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