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jueves, 6 de junio de 2013

Reivindicación o resignación. Resaca de un acuerdo.


¿Reivindicación o resignación?
En toda negociación sindical existen dos momentos diferenciadores, el de las reivindicaciones y el de las resignaciones. De todo ello, sólo nos consuela la seguridad de haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos, que era más bien poco, para defender lo nuestro, lo de todos. Nos horroriza observar como dos partes, legítimas ambas, tienen el derecho de pernada sobre nuestro patrimonio salarial y social, tanto coyuntural como estructuralmente.
Suponemos que la parte sindical debería defender, aún en contra de sus intereses corporativos, los derechos adquiridos por los trabajadores durante años de luchas y tensas, pero nobles, negociaciones.
Ser ético es actuar conforme a la moral, y la moral es la forma humana de comportarse cuando no existe amor entre semejantes, que es en la inmensa mayoría de ocasiones. ¿Actúan los sindicatos con principios éticos?
¿Debería, los entes jurídicos, estar sujetos a las normas morales? Rotundamente sí, simplemente por el hecho de que éstos  están dirigidos por personas físicas, sujetos con sentimientos y principios individuales que, de no ser por una pusilanimidad espiritual y vital, deberían defender el bienestar de las personas muy por encima de sus intereses subrogados del ente jurídico.
“La empresa”, eterno ente abstracto, por boca de la sociedad y sus directivos, que al dirigirse a ella parece como si hablaran de una estructura límbica, de una existencia “demónica” de independencia y desarraigo absoluto respecto de lo terrenal, siempre por encima del bien y, en muchas ocasiones, por debajo del mal, pero siempre sometida a la tiranía de los balances. Con estas premisas, “la empresa” actúa de forma independiente y exime por completo a las personas (directivos) que son los que realmente deciden y aplican sus decisiones en aras de la obtención de unos objetivos, en los cuales casi nunca figura, con prioridad mínima, o simplemente no figura, la preocupación por el bienestar de las personas.
Hay que tratar con la misma dureza a las personas que dirigen “las empresas” y “los sindicatos”, puesto que actúan en nombre de seres abstractos, con características teológicas y apocalípticas, idolatrables, con un sometimiento tal a la disciplina decisoria de sus entes jurídicos (personas), que no les eximen de su sometimiento a los más básicos principios de la moralidad.
Lo lamentable de toda esta situación es que la disciplina de asumir las decisiones del nivel superior, no se queda en un simple acto de obediencia funcional, sino que se arraiga en la mente de los individuos hasta creérsela “a pies juntillas” y hacer de ella una bandera. Si es así, los convierte en simples lerdos. Pero si, por el contrario, son conscientes del embuste al que les han sometido sus insignes caudillos y han aceptado acuerdos con conciencia de lo que hacían, no tienen otro nombre que el de bellacos.
Estamos viendo, todos los días, defensas de decisiones y acuerdos que son completamente indefendibles y un insulto a la razón del ser humano y, a su vez, una humillación inadvertida de los propios calzonazos que se enorgullecen de su triunfo inmoral. Otorgar patente de corso a la empresa para que expolie a su antojo a sus empleados, no puede decirse que glorifique ningún ente terrenal destinado a la defensa del trabajador (eufemismo de fariseo, o de agente social, salvo honrosas excepciones), aunque, eso sí, aplaque su codicia y sus vicios más abyectos.
Me gusta la definición de ética, según la cual ésta trata de una rama de la filosofía que se ocupa del estudio racional de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir. Por supuesto, la resignación no es una virtud, es la reacción de un individuo exhausto, incapaz, pero que además se rinde. Es la victoria de la sinrazón, de la injusticia, del atropello, del abuso y el más rancio despotismo. Existen virtudes para contrarrestar las arbitrariedades, tales como la valentía, la perseverancia, la prudencia, la humildad, el altruismo, la magnanimidad, el esfuerzo, la justicia y el perdón. Pero necesitamos actitud solidaria, sobre todo generosa: hacer algo para el grupo que está por encima de nuestros intereses, precisa de una gran carga de generosidad.
Existe, por descontado, el momento de las reivindicaciones. Unos lo hacen, otros no se atreven, otros creen que no lo necesitan, otros temen ser estigmatizados, otros se alinean con empresa o los sindicatos (en lugar de con la razón),  otros no saben, no contestan. El que reivindica es generoso. Si consigue algo lo disfrutará el grupo entero, si fracasa fracasará el grupo entero, pero sus esfuerzos no habrán sido en vano. La frustración se apodera del sedentario, no del atrevido defensor de derechos o, quizás mucho más importante, del adalid de unos ideales, simplemente, porque los tiene.
Las reivindicaciones no obligan a nada a la parte empresarial, a no ser que se conviertan en una causa evidente de desprestigio o en una desviación notable de su cuenta de resultados. De todos modos, cuando la “empresa” actúa dentro de los márgenes legales sin abusos insolentes causados por la política de hechos consumados, suele ser sensible a la voz de la plantilla. Cuando no es así, el envilecimiento de la sociedad es imparable.
Ahí aparecen los vicios que solamente pueden darse en seres humanos, aunque se achaquen a la “empresa” como si tuviera sentimientos. La soberbia, la arrogancia, la vanidad, y todo aquello derivado de un mezquino egoísmo individual, atenta contra toda moral, contra toda virtud y contra todo deber para con los demás, y esto sólo puede ser atribuido a humanos. Las consecuencias no pueden ser más patéticas. El atropello de la dignidad engulle nuestra opción de felicidad o de buen vivir, es decir, atenta contra la Ética. Y una sociedad que no se fundamenta en valores éticos es una sociedad tendente a la corrupción, a la insensibilidad, a la despreocupación hacia el prójimo, a la desaparición de los escrúpulos que han evitado regularmente convertirnos en una sociedad huérfana de faros virtuosos en los que guiarse. Quizás nos estemos acercando, de cada vez más, a las actitudes, creencias y ligerezas que llevaron a la decrepitud moral a la más importante de todas las sociedades conocidas: el Imperio Romano que, como todos recordaremos, ciertos vicios recurrentes en la actualidad lo redujeron a un amasijo de oprobio.
Ha llegado el momento de humanizar a los humanos, de recobrar los valores olvidados, de defender nuestros principios con el mismo ahínco con que respetamos los de los demás, que sepamos que las empresas son seres humanos que cobran un sueldo por dirigirlas o conseguir unos réditos, y que como tales deben comportarse, que tenemos una dignidad a la que no debemos renunciar, puesto que un mundo con una parte de sus habitantes sobre un pedestal y el resto de rodillas mirando el suelo, ha sido y sigue siendo la semilla de todas las revoluciones. Pugnemos por la ética para que un día no debamos pelear por la subsistencia.
Colau
 

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