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miércoles, 23 de julio de 2014

Discriminación por especie



No todos tenemos los mismos derechos. Yo, sin ir más lejos, no gozo del derecho al aborto, y nada tiene que ver Gallardón con ello, sino más bien razones biológicas. Tampoco un perro tiene derecho al voto; aunque este caso es más claro puesto que no disponen de DNI, imprescindible para ejercer este derecho —al margen de que a los dieciocho años llegan muy pocos perros—.
Con este excéntrico comienzo, solo quiero dar a entender que no existe igualdad entre los humanos, ni entre estos y el resto de animales inteligentes. Por lo tanto estas premisas nos llevan a la conclusión de que: “El principio básico de igualdad no exige un tratamiento igual o idéntico, sino una misma consideración.”[1] Lo que implica que nuestra oposición al racismo, al sexismo, o al especismo no puede basarse en ninguna igualdad real. Debemos entender la igualdad como una idea moral, no como la confirmación de un hecho: “El principio de la igualdad de los seres humanos no es una descripción de una supuesta igualdad real entre ellos: es una norma relativa a cómo deberíamos tratar a los seres humanos.”[2] Pero el dato más importante que se deduce de las palabras de Singer es que el elemento básico —tener en cuenta los intereses del ser, sean cuales sean— debe extenderse, según el principio de igualdad, a todos los seres, negros o blancos, masculinos o femeninos, humanos o no humanos.  Ya dijo Bentham (el del panóptico) que palabras como «derecho» y «deber» sólo tienen sentido si las usamos en relación con el principio de la mayor felicidad posible, y no en otro caso.
La discriminación especista presupone que los intereses de un individuo son de menor importancia por el hecho de pertenecer a una especie animal determinada. De ahí la palabra especismo, al igual que otras como el racismo (discriminación basada según el grupo étnico) o el sexismo (discriminación sexual o de género), son injustas por el hecho de excluir o de proporcionar una consideración desventajosa o no igualitaria a un grupo determinado por motivos arbitrarios. La representación más común del especismo es el antropocentrismo moral, o sea, la infravaloración de los intereses de aquellos que no pertenecen a nuestra especie animal homo sapiens. Pero no es la única, dado que puede darse mayor peso a los intereses de ciertos animales no humanos sobre el de otros. Por ejemplo, es muy común hoy en día otorgar mayor consideración a los intereses de los perros que a los de los cerdos, simplemente porque pertenecen a diferentes especies. Habitualmente, solo se permite tener en cuenta los intereses de los animales cuando no entran en conflicto con los de los humanos.
Está sobradamente demostrado que los animales sienten, sufren, aman, son más inteligentes que un humano recién nacido o incluso al cabo de un año; son mucho más inteligentes que un humano con una incapacidad cerebral grave; incluso se rien. Estudios realizados en Italia han establecido que los criterios de la evolución de los simios se corresponden exactamente a la evolución de sus risas. Las hermosas ratas, tan vilipendiadas, se rien cuando juegan o se les hace cosquillas. No se les oye puesto que su risa se emite en una frecuencia que el oído humano no detecta (como la de algunos humanos), pero sí los aparatos diseñados al efecto, y que la han captado como un comportamiento habitual de estos seres cuando disfrutan. No hace falta hablar de su sensibilidad al dolor, para ello basta pisar la cola de un perro —sin querer— y nos damos cuenta inmediatamente de la sensibilidad de esos animales. Darwin, en su día, ya proporcionó pruebas de que existen extensos paralelismos entre la vida emocional de los seres humanos y la de los animales.
Un dato importante que quiero dejar claro para que no salgan tiquismiquis hablando de gusanos y moscas. Me estoy refiriendo a animales vertebrados, con un sistema nervioso similar al humano y, la mayoría de estas especies, incluso mamíferas.
            Realizada esta aclaración, necesaria, debemos llegar a la conclusión de que la sociedad occidental —disculpadme que generalice, pero al no tener datos y tratarse de una opinión subjetiva, es una manera de tener razón y no tenerla, según el gusto del lector que, además, le otorga la libertad de alinearse con la parte que le interese—. Debemos llegar a la conclusión de que somos un poco racistas (soy benévolo), algo sexistas (un santo) y un mucho especistas (ciertamente realista). Solo unos ejemplos me darán la razón. En el año 2007 se sacrificaron, según la FAO, para nuestro consumo 4.990 millones de animales, cuyo mal mayor no es la muerte en sí, sino las crueles condiciones de vida que padecen los animales desde su nacimiento hasta su muerte.
 Según la Britisch Union Against Vivisction, se calcula que unos 115 millones de animales son usados anualmente en experimentos de todo tipo (investigación militar, médica, cosmética o en el campo de la docencia), causando a estos dolor, estrés, sufrimiento prologando —lo que vulgarmente se llama tortura— y finalmente la muerte —la gran ventaja de la muerte es que uno no volverá a morirse más—. Los más comúnmente utilizados son los ratones, ratas, hámsteres, cobayas, conejos, monos de todo tipo —incluidos los grandes primates—, perros, gatos y cerdos, entre muchos otros con menor protagonismo.
Existen otras actividades en las que los animales son sujetos de abuso, tortura y muerte (si procede). Es el caso del animal como entretenimiento: las corridas de toros, la caza, los circos, los zoológicos, la industria del cuero, la peletería —solo en Europa existen más de 6000 granjas de cría de animales para uso de sus pieles—, la caza de las ballenas por parte de Canadá y Japón, etc.
Hay datos que llaman la atención y que no quiero dejar de comentaros. Por ejemplo, se necesitan 9 kg de proteína vegetal para alimentar a un animal para que produzca ½ kg de proteína animal, es decir que estamos ante una fábrica inversa de proteínas —crecimiento negativo, como diría un político—.  Que si en EEUU redujeran un 10% el consumo de carne, quedarían disponibles para el consumo humano 12 millones de toneladas de grano, suficiente para alimentar a 60 millones de personas aproximadamente. Que la comida desperdiciada por la producción de animales en las naciones ricas, sería suficiente para acabar con el hambre y la desnutrición en el mundo…
Como hemos podido observar, existen dos motivos convergentes para eliminar el especismo. En primer lugar el sufrimiento atroz al que sometemos a los animales por cuestiones de elección. Tened en cuenta que cuando un animal se come a otro no tiene alternativa posible, los humanos sí, podemos elegir comer carne o tofu, vestir piel o sucedáneo, cazar o fotografiar animales, acudir al coliseo romano para ver torturar a un toro o acudir a un espectáculo no menos atroz como suele ser un partido de futbol, por otros motivos, por supuesto. En segundo lugar, las ventajas que obtendríamos los humanos cambiando los hábitos alimenticios; sobre todo las que obtendrían indirectamente los humanos que pocas veces, no solo no prueban la carne, sino que no prueban comida alguna.
Para terminar os contaré dos anécdotas para que cada uno  pueda reflexionar, si le apetece. El otro día pregunté a un amigo cazador por qué hacía sufrir a los animales de ese modo. Su respuesta fue tajante: —No sufren en absoluto, caen fulminados. —Pero si matas a una cabra que tiene un cabrito éste se queda huérfano sin posibilidad de aprender a ser autosuficiente. —Yo no disparo a la cabra, yo disparo al cabritillo, la carne es mucho más tierna. —Es decir, que la cabra que tiene un hijo al que está introduciendo en la autosubsistencia, se lo arrebatas de un disparo y la madre, con su falta de racionalidad, jamás podrá entender por qué se le arrebata un hijo, aunque deba afrontar el sufrimiento de la pérdida como cualquier otro, de la especie que sea… ¡Que sufrimiento más tremendo para el goce efímero de un francotirador!
La segunda anécdota no es de mi experiencia, sino del escritor Javier Marías. Cuenta que su padre, que había padecido la Guerra Civil española, tras finalizar esta estaba en el antiguo Bar Roma de Madrid, sentado a una mesa mientras escuchaba las bravuconerías de un trio de hombres que habían participado en el bando nacional. Uno de ellos, un famoso escritor que en el futuro fue muy galardonado, contaba que una vez, en Ronda, llevaron a tres presos a las afueras para fusilarlos con la primera luz, y, como era costumbre, les ordenaron cavar. Uno de ellos “un lechuguino que se llamaba Emilio Marés”, esas fueron sus palabras, “hijo de un alcalde rojo de por allí”, se negó, y les dijo a sus verdugos: “A mí me podéis matar y me vais a matar. Pero a mí no me toreáis”. No estaba dispuesto a hacerles parte del trabajo, vamos. […] “Fijaos si se nos puso chulo el tío”, prosiguió el escritor; “como si pudiera imponer condiciones […] Y encima instó a sus dos compañeros a negarse también”. […] “Como me llamo Antonio Marés, a mí no me toreáis”, insistió. […] “Pues mirad. Nada más os digo que en mala hora se le ocurrió emplear esa expresión, porque ¿sabéis lo que hicimos?”. “No, ¿qué?” […] “Lo toreamos” dijo con jactancia. […] “¿Qué quieres decir, que lo toreasteis?” “Eso. Que le tomamos la palabra y lo toreamos literalmente. Lo lidiamos”, contestó el escritor. “La idea fue del malagueño que le tenía ya ganas de antes. “Con que no, ¿eh?”, le dijo. “Tú te vas a enterar.” Y cogió la camioneta, se volvió para la ciudad y en menos de media hora estaba de regreso en el campo con todos los trastos. Allí mismo lo picamos un poco desde lo alto de la furgoneta haciéndole pasadas lentas, lo banderilleamos, y luego fue su paisano el que se encargó del estoque. Un tipo atravesado, muy cabrón, y se vio que tenía algo de práctica, le entró muy bien a matar, la primera hasta el fondo, cruzada en el corazón. Yo le puse solo un par de banderillas cortas, en lo alto de la espalda. […] A los otros dos los tuvimos de público y los obligamos a gritar olés. No les fusilamos hasta rematar la faena, en premio por haber cavado”. ‘Eso fue lo que contó durante el aperitivo el famoso y celebrado escritor’, añadió mi padre; ‘aunque cuando de verdad fue famoso ya sí que no lo volvió a contar. Tuvo exequias solemnes cuando murió. Creo que hasta un ministro muy democrático ayudo a llevar el ataúd’.[3]
Hace un par de semanas, en Pamplona, con la excusa de celebrar unas fiestas ¿? —muy parecidas y con la misma esencia, ya tenían lugar en Roma hace 2000 años— torearon más de cuarenta toros, con el mismo procedimiento que el utilizado con Antonio Marés; y eso que los toros no se negaron a nada.
 Quien haya sentido más repugnancia cuando ha leído la historia de Javier Marías que cuando he apuntado lo de los sanfermines, entonces no hay duda: ¡Esto es especismo!

Colau

Carnicerías de diferentes especies animales.




[1] Peter Singer. Liberación animal. Trotta, Madrid, 1999.
[2] Ibíd.
[3] Javier Marías. Tu rostro mañana. Alfaguara, Madrid, 2009. Págs. 665, 666 y 667.

domingo, 13 de julio de 2014

Una de felaciones



Una de felaciones

Hace unos días, cuando se descorchó el “escándalo” de las felaciones en Magaluf, me di cuenta, por si todavía no lo sabía, de la cantidad de fariseos, hipócritas, bocazas compulsivos y demás políticos y exponentes de los agentes sociales y socializadores, medios de comunicación incluidos, que existe en esta isla encerrada en el mar —como no podía ser de otra manera—.
Lo primero que me llamó la atención fue la confusión y síntomas de inseguridad que supuso la noticia. Todos los opinadores profesionales hablaban con la boca pequeña, y el que no lo hacía se le empequeñecía con sus palabras. Nadie acababa de atreverse a dar claramente su opinión, por el qué dirán si no opino como el rebaño. Hasta que la oficialidad habló, y por fin mostraron el camino a lo que se podía decir y escribir con la corrección política adecuada. A partir de ahí, usaron y abusaron de todos los adjetivos imaginables e inimaginables. Porque los que se hicieron oír, tienen estudios suficientes para formar frases con muchos calificativos, eufemismos e hipérboles, aunque algunos carezcan de soltura para las subordinadas.
En primer lugar, los responsables políticos y los turísticos tuvieron un ataque similar al que les solía dar a las beatas, cuando yo era pequeño, al enseñarles el trasero a la salida de misa —la ordinariez ha existido siempre—. Cuando los representantes del pueblo y los empresarios turísticos se hubieron santiguado mirando al cielo un número suficiente de veces, empezaron a darse cuenta de que la posibilidad de perder a tan divertido turista no aconsejaba imponerles demasiada penitencia, sino más bien otorgarles el misericordioso y cristiano perdón por haber permitido que el exceso de néctar y ambrosía, alimento habitual de los dioses, les enajenara los instintos más primarios.
Como os podéis imaginar, el asunto terminará, si no ha terminado ya, como “sa processó de sa moixeta”: unas frases, algunos consejos desde el púlpito, ciertos propósitos de enmienda, algunos policías de visita, juramento al imperio británico que esto fue una excepción —como si a ellos les importara, más allá de las apariencias—, y seguir viviendo de este turismo etiquetado como "de baja calidad". Al final, no sé si por acuerdo tácito u orden de partido, han acabado calificándolo de “comportamiento incívico”, o sea, el mismo calificativo que recibe el acto del beodo cuando se desahoga entre dos coches.
            Quizás no se hayan enterado de que hay dos tipos de jóvenes, los que acuden con banderitas a recibir al Papa cuando aparece por la Villa y Corte o se reúnen en una Mariápolis, toman una agua sin gas o un poleo menta en una cafetería de campaña, y colocan la estampa del Papa sobre la mesita de noche de la residencia antes de proferir sus jaculatorias y pedir parabienes para todos los suyos y la humanidad entera —contra el vicio de pedir, la virtud de no dar. Dios es sobre todo virtuoso—. Y los que se despendolan, en todos los sentidos, desinhibidos por el alcohol y las drogas, y que pretenden resarcirse de un curso universitario durísimo o de un año de andamios a temperaturas bajo cero. Bien, los primeros prefieren viajar a Roma, o a Ciudad Santa y comprar un rosario para mamá; los otros parece que prefieren una felación o un cunnilingus —que para todos y todas tiene que haber— en Mallorca, y consumir la vida eterna en un bar pasados de rosca en lugar de en un templo fotografiando imágenes del Santo Cristo de la Sangre. Que hay gente para todos los gustos, y gustos para todo tipo de gente. Resulta difícil hacerles rellenar un cuestionario de conducta o un compromiso de buenas costumbres antes de expenderle el billete de un avión con cuyo intrépido y temerario uso  ya se habrán ganado el Cielo al llegar a Palma, con creces.
De lo anterior quizás se desprenda que yo defiendo estos comportamientos: me dan completamente igual, y os voy a decir porqué. En primer lugar me parece que estas prácticas tienen de erótico lo mismo que pueda tener el momento de dar de comer a los cerdos o leerse las Saturnales de Macrobio —excelentes por cierto, pero de nula salacidad—. Por lo tanto, no es por este lado por donde se pierde el alma de los concupiscentes. Al enterarme de la existencia del “video de las felaciones”, me vinieron a la memoria las masturbaciones del cínico Diógenes de Sinope en la plaza pública, el Ágora de Atenas, alrededor del año 400 a C., como una necesidad más del cuerpo y sin esconderse de una sociedad hipócrita pero muy creyente, tanto que la oferta divina —doce, y algunos apuntan hasta trece dioses— y su devoción teológica, los convertía en ciudadanos aparentemente muy respetuosos. También recordé el hábito de los franceses de defecar y orinar en la base de las columnas del peristilo de Versalles —o en cualquier lugar de Versalles, pero lo del peristilo me gusta—, sin velar lo más mínimo su fisiológico acto. Con esto solo quiero decir que las conductas humanas han ido cambiando con cada época, y quizás ahora nos toque vivir la época de las felaciones en público.  Si al hecho le quitamos cualquier connotación religiosa, es decir impúdica, nos queda, según mi opinión, solo un acto de gusto dudoso —entiéndaseme sin ironía—. Pero no de peor gusto que pasear por Palma enseñando las pantorrillas, como miles de hombres, turistas —y muchos nativos—,  hacen. Con unos pantalones inauditos a juego con una especie de sandalias de caucho, enormes, cuya infamia pasa desapercibida por toda la cohorte de vociferantes antifelacionistas. Este exquisito mal gusto, este ataque al mismísimo corazón de la sensibilidad estética, pasa inadvertido por los políticos y responsables del turismo; cuando jamás deberían haberlos dejado bajar del avión de esa guisa. Y los policías, ¡no multan a nadie por esta pornográfica exhibición de huesos, cerdas, bulbos sebáceos, y manchas seniles cargadas de toda indecencia!
Desgraciadamente, la sociedad del rendimiento nos ha anestesiado los sentidos, mientras que la de la transparencia nos ha dado vía libre para mostrarnos tal como somos: unos abyectos ignominiosos embotados en unos “pesqueros” y con un “velomar” en cada pie. Quien acepta esta imagen plantígrada, ya no en la playa, lo cual sería comprensible, sino en pleno centro, ¿cómo puede escandalizarse por unas felaciones a puerta cerrada? La ordinariez y la pornografía no son sólo una cuestión sexual, hay muchas otras formas que pasan desapercibidas, por el simple hecho de que forman parte de la procaz naturalidad de la época, y que la venda de nuestra ínfima educación ciega nuestros ojos y nos impide ver cualesquiera otros ataques a la estética, a excepción de los que tienen connotaciones religiosas. ¡Claro, estos últimos se ven hasta con los ojos tapados, puesto que no se puede vendar el alma! —¡La creencia divina tiene esas posibilidades poéticas…!—
Pero, señores del sector turístico de Calvià y de Mallorca entera, ustedes no viven del maná de Yahveh, sino de los ingresos turísticos. Y no me vengan con remilgos de turismos de calidad. ¿Qué calidad, qué clase —léase elegancia y distinción— puede ofrecer una sociedad incapaz de ver, sin avergonzarse, millares de pornográficas pantorrillas víctimas de la degeneración de unos empresarios del sector que, en busca de rendimiento, vende bermudas como sinónimo de libertad y comodidad varonil? Al turista de calidad que deseamos, no podemos ofrecerle en nuestras boutiques pantalones pesqueros, y pares de “velomares” en las zapaterías. Huirían sobre sus pasos escandalizados.
El turista de calidad, no solamente espera campos de golf superverdes, superspás de la muerte, establecimientos turísticos donde le hagan mucho la pelota —que también—, sino que esperan encontrar una sociedad humanamente elegante —humanitariamente elegante, diría yo— más generosa que solidaria y más considerada que igualitaria. Una sociedad con valores morales sólidos, con sentido estético universal, con la justicia como primer sucedáneo del amor al prójimo, y la educación y la urbanidad como garante del respeto y la hospitalidad que puede ofrecer un buen anfitrión.
¡Yo empezaría por prohibir los pesqueros o cualquier prenda que no esconda los tobillos del hombre! De las mujeres hablaré otro día.

Colau

martes, 1 de julio de 2014

Una reflexión sobre el aborto



Una reflexión sobre el aborto.

Permitidme que hoy vuelva a convertir en protagonista del post a una filósofa, norteamericana por más señas, además todavía viva, lo cual dice mucho en su favor, no por estar viva, sino porque suele ser más habitual prestar atención a los muertos que a los vivos. Se trata, como ya os habréis imaginado, de Judith Jarvis Thomson (4 de octubre 1929). Con casi ochenta y cinco años todavía es profesora emérita del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) donde desarrolló toda su carrera profesional. Es, sobre todo, especialista en ética y metafísica, y aficionada a los experimentos mentales como Philippa Foot (1920-2010), de la que ya hablamos en el último post “Experimento ético”. Pero hoy no os voy a plantear ningún experimento mental, sino una reflexión real a un problema real, y sobre el cual Judith realizó el informe titulado “Una defensa del aborto” (1971), por el que se hizo mundialmente conocida, sobre todo en los círculos pro y anti abortistas. Judith se limitó, con toda la humildad de que fue capaz, a dar por buenos en principio todos los argumentos defendidos por los antiabortistas que se basaban en la premisa de que “el feto es un ser humano, una persona, desde el momento de su concepción”. —Quiero recordar mi opinión al respecto, según expuse en el post “Qué es un ser humano” y que concluía que el feto, según mis argumentos, se puede considerar “ser humano” entre las dieciséis y las veinte semanas de gestación y no antes—.
Pero antes de entrar en materia, me gustaría aclarar la confusión que provoca la palabra “persona”, tanto entre antiabortistas como entre proabortistas, cuando sí existe una clara y ostensible distinción entre  “persona” y “ser humano”. Voy a procurar ser conciso. Aceptemos que “un ser humano es aquel que ha sido concebido por dos seres humanos” (admite matices, pero aceptable). Pero una persona es otra cosa. El concepto de ser humano es un concepto biológico: somos humanos por una simple razón genética, pero falta mucho para convertirnos en personas. Por el camino, el individuo tendrá que adquirir las habilidades y comportamientos propios de la persona, que fundamentalmente son: la conciencia de sí mismo, la racionalidad y el sentido del bien y del mal. La persona es, pues, un individuo humano, pero considerado como sujeto autoconsciente, racional y moral, a la vez que único (diferente de todos los demás) y uno (a través de toda sus modificaciones). El niño cuando nace no es una persona es, simplemente un animal con potencial racional. Por tanto, hablaremos solo de seres humanos y no de personas. Cuando uno duerme deja de ser persona para seguir siendo humano, como cuando está en coma o cuando tiene una enfermedad cerebral incapacitante. La lista de casos en que no existe la dualidad humano-persona es extensa.
Argumenta Judith que “trazar una línea, elegir un punto en el desarrollo del embarazo y decir “antes de esta línea el feto no es ser humano,[1] después de la línea sí lo es” es tomar una decisión arbitraria, es hacer una elección a favor de la cual no puede darse ninguna buena razón[2]. Se llega a la conclusión de que el feto es un ser humano, o, al menos, de que deberíamos decir que lo es, desde el momento de la concepción. Pero esta conclusión no se desprende de lo anterior. Podríamos decir algo similar sobré el desarrollo de una bellota que se convierte en una encina, pero a partir de ello no concluimos que las bellotas sean encinas. […] Pero no voy a discutir nada de esto, porque lo que me parece de gran interés es preguntar qué sucede si, por mor del argumento, aceptamos la premisa. ¿De qué modo se supone que llegamos desde ahí a la conclusión de que el aborto no es moralmente permisible? Propongo, pues, que concedamos que el feto es un ser humano desde el momento de la concepción. ¿Cómo prosigue el argumento a partir de ahí? Creo que más o menos de la siguiente manera: “Todo ser humano tiene derecho a la vida”. De modo que el feto tiene derecho a la vida. No hay duda de que la madre tiene derecho a decidir lo que suceda a su cuerpo y en su cuerpo; cualquiera admitiría eso. Pero con seguridad el derecho de un ser humano a la vida es más fuerte y más exigente que el de la madre a decidir lo que suceda a su cuerpo y en su cuerpo. Por lo tanto, vale más. De modo que no se puede matar al feto; no se pueden practicar abortos. Suena verosímil. Pero ahora vamos a atender a la capacidad de Judith de proponer juegos mentales, y nos pide que imaginemos lo siguiente:

“Usted se despierta una mañana y se encuentra en la cama espalda contra espalda con un violinista inconsciente. Un famoso violinista inconsciente. Se descubrió que tiene una enfermedad renal mortal, y la Sociedad de Amantes de la Música ha consultado todos los registros médicos disponibles y ha descubierto que sólo usted tiene el grupo sanguíneo adecuado para ayudarlo. Por consiguiente usted ha sido secuestrado, y la noche anterior han conectado el sistema circulatorio del violinista al suyo, de modo que los riñones de usted puedan ser usados para purificar la sangre del violinista además de la suya propia. Y el director del hospital le dice ahora a usted: “Mire, sentimos mucho que la Sociedad de Amantes de la Música le haya hecho esto, nosotros nunca lo hubiéramos permitido de haberlo sabido. Pero, en fin, lo han hecho, y el violinista está ahora conectado a usted. Desconectarlo de usted sería matarlo a él. Pero no se preocupe, solo es por nueve meses. Para entonces se habrá recuperado de su enfermedad, y podrá ser desconectado de usted sin ningún peligro”.


  • ·    ¿Estamos moralmente obligados a acceder a esta situación? No hay duda de que sería muy amable por nuestra parte si lo hiciéramos, demostraríamos una gran generosidad.

  • ·         Pero ¿tenemos que acceder?

  • ·         ¿Qué pasaría si no fueran nueve meses, sino nueve años?

  • ·         O aún más, ¿qué sucedería si el director del hospital dijera: “Mala suerte, de acuerdo, pero ahora tiene usted que quedarse en cama, conectado al violinista por el resto de su vida. Porque recuerde esto: toda persona tiene derecho a la vida, y los violinistas son personas. Por supuesto, usted tiene derecho a decidir lo que suceda a su cuerpo y en su cuerpo, pero el derecho de una persona a la vida prevalece sobre el derecho de usted a decidir sobre su cuerpo. Así que nunca podrá ser desconectado de él.”?

  • ·         Creo que consideraríamos que eso es monstruoso, lo cual es indicio de que hay algo realmente equivocado en el argumento que acabo de mencionar y que suena tan verosímil.

Por supuesto, en este caso, argumenta Judith: “Usted fue secuestrado, usted no se brindó para la operación que conectaba al violinista a sus riñones. ¿Pueden aquellos que se oponen al aborto sobre la base que antes mencioné hacer una excepción cuando se trata de un embarazo debido a una violación?” Desde luego, la cuestión de si se tiene derecho a la vida o no, o de cuánto derecho se tiene, no debería depender del hecho de si se es producto de una violación o no. “Y en realidad, la gente que se opone al aborto basándose en lo que antes mencioné, no hacen esa distinción y, por ende, no hacen una excepción en el caso de la violación. Algunos ni siquiera harían una excepción en el caso de que la continuación del embarazo pudiera acortar la vida de la madre; consideran el aborto no permisible incluso cuando se trata de salvar la vida de la madre. Casos así son muy raros hoy día, y muchos entre quienes se oponen al aborto no aceptan esta postura extrema. De todos modos, es un buen punto de partida: se puede señalar una serie de cuestiones interesantes al respecto.”

“Supongamos que una mujer ha quedado embarazada y se entera de que el estado de su corazón es tal que si lleva el embarazo a término, morirá. ¿Qué se puede hacer por ella? El feto, como ser humano, tiene derecho a vivir, pero como la madre también es un ser humano, también tiene derecho a vivir. Presumiblemente ambos tienen el mismo derecho a vivir. ¿Cómo se supone que llegamos a la conclusión de que no puede llevarse a cabo un aborto? Si la madre y el niño tienen igual derecho a la vida, ¿no deberíamos echar una moneda al aire? ¿O deberíamos añadir al derecho a la vida de la madre su derecho a decidir sobre su cuerpo –que todo el mundo parece dispuesto a aceptar–, con lo que la acumulación de sus derechos prevalecería sobre el derecho a la vida del feto?”

Pero ante estos hechos la tesis antiabortista es tajante y defiende que la realización del aborto supondría una privación directa de la vida del niño, mientras que no hacer nada no supondría matar a la madre, sino sólo dejarla morir. Además, al matar al niño, mataríamos a una persona inocente, porque el niño no ha cometido crimen alguno, y no pretende dar muerte a su madre. Por lo tanto:

·         La privación directa de la vida de una persona inocente es un asesinato, y el asesinato nunca es permisible en ninguna circunstancia. No puede realizarse un aborto.[3]
·         Si las únicas opciones que se tienen son matar directamente a una persona inocente, o dejar que una persona muera, uno tiene que preferir esto último; por lo tanto, el aborto no puede realizarse.
·         Algunos aparentemente han pensado que no hay que añadir estas premisas para llegar a la conclusión, pues se deriva del mero hecho de que una persona inocente tiene derecho a la vida.[4]

“Pero no puede considerarse seriamente que sea un asesinato si la madre hace que se le practique un aborto para salvar su vida. No se puede decir en serio que tiene que abstenerse, que tiene que sentarse pasivamente y esperar la muerte.
Examinemos una vez más al caso de usted y el violinista. Usted se encuentra en la cama, con el violinista, y el director del hospital le dice: “Todo esto es muy lamentable y lo compadezco de verdad, porque esto está suponiendo un esfuerzo adicional para sus riñones, y morirá usted en un mes. Pero usted tiene que quedarse aquí de todos modos. Porque si lo desconectáramos, eso supondría matar directamente a un violinista inocente, y eso es un asesinato, y no es permisible.””

Aunque, en efecto, apunta Judith, tenemos que admitir que los inocentes tienen derecho a la vida,  pero las tesis anteriores son todas falsas.

“Si hay algo en el mundo que sea cierto es que si usted extiende la mano y se desconecta del violinista para salvar su vida, usted no comete un asesinato, no hace nada prohibido.
Los escritos sobre el aborto se han centrado principalmente en lo que un tercero puede o no puede hacer ante la petición de una mujer de que se le practique un aborto. Pero me parece que tratar así este asunto equivale a rehusar concederle a la madre la condición de ser humano[5], misma que se insiste vivamente en atribuirle al feto, pues no podemos simplemente deducir lo que un ser humano puede hacer de lo que un tercero pueda hacer. Entendería perfectamente si un tercero dijera: “No podemos hacer nada por usted. No podemos elegir entre su vida y la de él, no podemos ser nosotros quienes decidan quién ha de vivir. No podemos intervenir.”
Pero no se puede llegar a la conclusión de que tampoco usted puede hacer nada, de que no puede atacarlo para salvar su vida.
Puede ser que a una mujer embarazada se la perciba vagamente como si fuera una casa a la que no se le concede el derecho de autodefensa. Pero si la mujer alberga al niño deberíamos recordar que es una persona quien lo alberga.”
En consecuencia, “una mujer puede ciertamente defender su vida de la amenaza que para ella representa el hijo no nacido, aun si esto implica la muerte de este último.”

En algún caso, la tesis antiabortista ha llegado a aceptar una hipotética posibilidad de aborto para salvar la vida de la madre,  siempre y cuando no sea practicado por un tercero, sino exclusivamente por la propia madre.

“La madre y el niño no nacido no son como dos inquilinos que ocupan una casa pequeña que, por un lamentable error, ha sido alquilada a ambos: la madre es la dueña de la casa.
El hecho de que sea así hace que sea aún más ofensivo deducir que la madre no puede hacer nada a partir del supuesto de que tampoco pueden hacer nada terceras personas.
Un tercero que diga “no puedo decidir entre ustedes dos” se engaña a sí mismo si cree que eso es ser imparcial. Si Juan se ha encontrado y se ha puesto un determinado abrigo que necesita para no helarse, pero que también Pedro necesita para no helarse, no sería imparcial decir “no puedo decidir entre ustedes dos”' si Pedro es el dueño del abrigo.
Las mujeres han dicho una y otra vez “¡Este cuerpo es mío!”, y tienen razón en sentirse furiosas, en sentir que ha sido como hablar a las paredes. No creo que Pedro nos bendiga si le decimos: “Claro que es tu abrigo, cualquiera lo admitiría. Pero nadie puede escoger entre tú y Juan a quién de los dos se le deba dar”.
Existe la creencia de que uno tiene el derecho a negarse a ponerle la mano encima a otro, incluso en caso de ser justo hacerlo, incluso cuando la justicia pareciera requerir que alguien lo hiciera. De este modo, la justicia podría exigir que alguien le quitara a Juan el abrigo de Pedro, y sin embargo tú tendrías el derecho a negarte a ponerle la mano encima a Juan y el derecho a negarte a obligarlo físicamente. Pero lo que debería decirse entonces no es “nadie puede elegir”, sino sólo “yo no puedo elegir”, y ni siquiera esto, sino “yo no actuaré”, dejando abierta la posibilidad de que alguien pueda o deba hacerlo, y en particular, de que alguien en una posición de autoridad, con la tarea de defender los derechos de la gente, pueda y deba hacerlo. Así que no hay ninguna complicación.
No he alegado que cualquier tercero tenga que acceder a la petición de la madre de que se le practique un aborto para salvar su vida, sino sólo que puede hacerlo.”

“Mi postura es que si un ser humano tiene algún derecho a reclamar algo con justicia y prioritariamente, es el derecho a reclamar su propio cuerpo. Y quizás esto no necesita ser defendido aquí, ya que, como dije, los razonamientos contra el aborto que estamos estudiando admiten que la mujer tiene derecho a decidir lo que suceda en y a su cuerpo. Pero aunque lo admiten, no se toman en serio lo que significa admitirlo.”

Pero cuando  la vida de la madre no está en peligro, la tesis antiabortista hace prevalecer  que: “Todo ser humano tiene derecho a la vida, así que la persona no nacida tiene derecho a la vida”. Y la madre, al no correr peligro su vida, no tiene derecho a matar a un ser humano.

Ante este razonamiento, Judith se pregunta: “¿Qué es, al fin y al cabo, tener derecho a la vida? Para algunos, tener derecho a la vida supone tener derecho a recibir, al menos, lo mínimo que se necesita para seguir viviendo. Pero supongamos que, en efecto, lo mínimo que un hombre necesita para seguir viviendo es algo que no tiene derecho a recibir. Si yo estoy enferma de muerte, y lo único que puede salvar mi vida es que la mano fresca de Henry Fonda toque mi frente febril, aunque lo necesite, no tengo derecho a que la mano fresca de Henry Fonda toque mi frente. Sería un gesto maravilloso de su parte que decidiese volar desde la Costa Oeste para hacerlo. Sería menos maravilloso, a pesar de las buenas intenciones, que mis amigos volaran a la Costa Oeste para traer a mi lado a Henry Fonda. Pero yo no tendría derecho a exigirle a nadie hacer esto por mí.”
Por otra parte, “el hecho de que el violinista necesite para seguir viviendo el uso continuo de los riñones de usted no implica que tenga derecho a disponer continuamente de sus riñones. Desde luego, no tiene derecho a exigir que usted le brinde el uso continuo de sus riñones. Porque nadie tiene derecho a usar sus riñones a menos que usted le otorgue tal derecho; y nadie puede exigirle que le otorgue ese derecho. Si usted le permite que continúe usando sus riñones, esto es de una gran amabilidad por su parte, y no algo que él pueda reclamarle como si fuera su derecho. Ni tampoco tiene derecho a exigir a otra persona más que ella le proporcione el uso continuo de los riñones de usted. Y, por supuesto, no tenía derecho a exigir a la Sociedad de Amantes de la Música que lo conectaran a usted. Y si ahora usted comienza a desconectarse al haberse enterado de que, si no lo hace, tendrá que pasar nueve años de su vida en la cama con él, no hay nadie en el mundo que deba tratar de impedírselo para asegurarse de que el violinista reciba lo que tiene derecho a recibir.”
“Si todos deben abstenerse de matar a ese violinista, entonces todos deben abstenerse de cortarle el cuello, de pegarle un tiro lógicamente, pero además todo el mundo debe abstenerse de desconectarlo de usted. Aunque debemos preguntarnos ¿tiene él derecho a exigir que todo el mundo se abstenga de desconectarlo de usted? Abstenerse de hacerlo es permitirle que continúe usando sus riñones. Puede argumentarse que él tiene derecho a exigir que nosotros permitamos el uso de los riñones de usted. Es decir, que aunque no tenga derecho a exigirnos que nosotros arreglemos para él el uso de sus riñones, podría argumentarse que de todos modos tiene derecho a exigirnos que no intervengamos para impedirle su uso. Desde luego, el violinista no tiene derecho a exigirle a usted que usted le permita continuar usando sus riñones. Como he dicho, si usted le permite usarlos, es una amabilidad de su parte, y no algo que usted le deba a él.”

“No estoy alegando que la gente no tenga derecho a la vida; todo lo contrario. Sólo afirmo que tener derecho a la vida no garantiza que uno tenga derecho a usar el cuerpo de otra persona o a que se le permita continuar usándolo, aunque uno lo necesite para la vida misma. De modo que el derecho a la vida no sirve a los que se oponen al aborto tan sencilla y claramente como ellos han pensado que les sirve.”

Aunque en este caso no atenderíamos al derecho del feto: “Privar a alguien de aquello a lo que tiene derecho es tratarlo injustamente.”

“Supongamos que a un niño y a su hermano pequeño se les regala una caja de bombones para los dos. Si el hermano mayor coge la caja y se niega a dar a su hermano un solo bombón, está siendo injusto con él, porque el hermano tiene derecho a la mitad.
Pero suponga que usted se desconecta del violinista al enterarse de que de no hacerlo tendría que pasar nueve años de su vida a su lado en la cama. Usted, desde luego, no es injusto con él, porque no le dio derecho alguno a utilizar sus riñones, y ninguna otra persona puede haberle otorgado ese derecho. Pero hemos de señalar que al desconectarse usted, lo está matando; y los violinistas, como todo el mundo, tienen derecho a la vida, y por lo tanto, según el punto de vista que estábamos considerando, tiene derecho a no verse privado de la vida. Así que en ese caso usted hace lo que se supone que él tiene derecho a que usted no haga, pero usted no actúa injustamente con él al hacerlo.”

La conclusión de Judith, en este aspecto, es muy clara: “El derecho a la vida consiste, no en el derecho a que no nos maten, sino en el derecho a que no nos maten injustamente.”

En caso de que el embarazo sea debido a una violación parece claro, puesto que la madre no ha concedido a la persona no nacida el derecho a usar su cuerpo para alimentarse y alojarse. A decir verdad, ¿en qué embarazo puede suponerse que la madre ha otorgado a la persona no nacida tal derecho? No es como si hubiera personas no nacidas flotando a la deriva por el mundo, a quienes la mujer que desea un hijo dijera: “Te invito a pasar”.
Ante esto, la tesis antiabortista se pregunta:¿Acaso la mujer no es responsable de la presencia, en realidad de la existencia misma, de la persona no nacida que hay en su interior? Abortar supondría privarlo de aquello a lo que tiene derecho, y por lo tanto sería cometer una injusticia. Y, entonces, también puede plantearse la cuestión de si ella puede o no matar al feto para salvar su propia vida: si ella voluntariamente lo trajo a la existencia, ¿cómo puede ahora matarlo aunque sea en defensa propia?”

Para Judith, los que se oponen al aborto “se han preocupado tanto en subrayar que el feto es un ser independiente para afirmar que tiene derecho a la vida, al igual que la madre, que han tendido a pasar por alto el posible apoyo que podrían obtener subrayando que el feto es dependiente de la madre, para poder afirmar que ella tiene un tipo especial de responsabilidad hacia él, responsabilidad que le otorga al feto derechos que ninguna persona independiente podría poseer, como por ejemplo, un violinista enfermo que es un extraño para ella.”
Este argumento concedería a la persona no nacida derecho al cuerpo de su madre sólo si su embarazo fuera resultado de un acto voluntario, llevado a cabo con pleno conocimiento del riesgo que conllevaba de embarazo.
“También deberíamos señalar que no está para nada claro que este argumento vaya tan lejos como se pretende. Si la habitación está mal ventilada y abro una ventana para airearla, y un ladrón entra por ella, sería absurdo decir: “Ah, ahora puede quedarse, porque se le ha dado derecho a usar la casa; el dueño es en parte responsable de su presencia al haber hecho voluntariamente lo que le permitió entrar, con pleno conocimiento de que hay ladrones y de que los ladrones entran a robar”. Sería aún más absurdo decir esto si yo hubiese hecho instalar rejas afuera de mis ventanas, precisamente para evitar la entrada de ladrones, y que hubiese entrado uno debido a algún defecto en las rejas. Sería igualmente absurdo si imaginamos que no es un ladrón quien entra, sino una persona inocente que entra por error o cae dentro. Más aún, supongamos que éste fuera el caso: semillas de seres humanos flotan en el aire, como el polen, y si usted abre las ventanas puede que entre una de ellas y arraigue en las alfombras o las tapicerías. Usted no desea tener hijos, así que coloca en las ventanas unas finas mallas, las mejores que puede encontrar. Como puede suceder, sin embargo, y de hecho sucede en algunas ocasiones, una de las mallas está defectuosa, y una de las semillas entra y arraiga. ¿Tiene la planta-persona que ahora se desarrolla derecho a usar su casa? Desde luego que no, a pesar de que usted haya abierto las ventanas voluntariamente, haya sido consciente de que tenía alfombras y muebles tapizados y supiese que a veces las mallas son defectuosas. Puede alguien argumentar que usted es responsable de que haya arraigado y que tiene derecho a usar su casa, porque, después de todo, pudo usted haber vivido sin alfombras y con muebles sin tapizar, o con puertas y ventanas selladas. Pero esto no es convincente, porque argumentando del mismo modo se podría decir que un embarazo debido a violación puede evitarse con una histerectomía, o no saliendo nunca de casa sin un ejército (leal).”

El argumento que estamos analizando puede probar como mucho que hay algunos casos en los que la persona no nacida tiene derecho a usar el cuerpo de su madre, y por consiguiente, algunos casos en los que el aborto es dar muerte injustamente. Hay lugar para la discusión y la argumentación de cuáles son esos casos, si es que los hay. Pero de todos modos “el argumento no prueba que todos los abortos sean casos en los que se da muerte injustamente.”

¡Hay casos en los que el aborto es moralmente inaceptable! Afirman categóricamente los “defensores de la vida”…

“Supongamos que usted se entera de que el violinista no necesita nueve años de su vida, sino sólo una hora: todo lo que usted ha de hacer para salvarle la vida es permanecer una hora en la cama conectado a él. Suponga también que el hecho de que usted lo deje usar sus riñones durante una hora no afectaría su salud en absoluto. Ciertamente usted fue secuestrado. Ciertamente no dio a nadie permiso para que lo conectaran a usted. No obstante, a mí me parece evidente que usted debería permitirle usar sus riñones durante esa hora, sería horrible negarse.
Ahora supongamos que el embarazo durara sólo una hora y que no constituyera ninguna amenaza para la vida ni para la salud. Y supongamos también que una mujer queda embarazada a consecuencia de una violación. Ciertamente ella no hizo nada voluntariamente para traer al niño a la existencia. Ciertamente no hizo nada en absoluto que le otorgase al no nacido el derecho a usar su cuerpo. De todas formas podría decirse, como en la historia modificada del violinista, que debería permitirle al niño permanecer durante esa hora, que sería horrible negarse.
Algunos se inclinan a usar el término “derecho” de tal manera que, del hecho de que usted debiera permitir a una persona el uso de su cuerpo durante la hora que necesita, se desprende que esa persona tiene derecho a usarlo durante esa hora, aunque ninguna persona o acto le haya otorgado ese derecho. Puede que digan que también se deduce que si usted se niega, actúa “injustamente”.
Supongamos que la caja de bombones que mencioné antes no era un regalo para ambos niños, sino que se le dio sólo al hermano mayor. Y éste se sienta tranquilamente a comer todos los bombones mientras su hermano pequeño lo mira con envidia. Es posible que digamos “No deberías ser tan malvado. Deberías dar a tu hermano algunos bombones.” En mi opinión, de esto, que es verdad, no se deduce que el hermano pequeño tenga derecho a ningún bombón. Si el niño se niega a darle uno a su hermano, será un glotón, un tacaño, cruel, pero no injusto. Supongo que la gente que tengo en mente dirá que sí se deduce que el hermano tiene derecho a algún bombón, y que por lo tanto el niño actúa injustamente si se niega a darle uno a su hermano. Pero decir esto tiene como efecto oscurecer algo que deberíamos mantener bien claro, a saber, la diferencia entre la negativa del niño en este caso y la negativa del niño en el caso anterior, en el que los chicos habían recibido la caja conjuntamente, y en el que el hermano pequeño tenía, desde cualquier punto de vista, derecho a la mitad.
Una objeción más, al uso del término “derecho” según el cual del hecho de que A deba hacer algo se desprende que B tiene derecho a exigir de A que lo haga, es que hace que la cuestión de si alguien tiene o no derecho a una cosa dependa de qué tan fácil sea conseguírsela; y esto no sólo me parece lamentable, sino también moralmente inaceptable. Considérese de nuevo el caso de Henry Fonda. Antes dije que yo no tenía derecho a que su mano fresca tocara mi frente, aunque lo necesitara para salvar mi vida. Ya dije que sería sumamente amable de su parte si viniese desde la Costa Oeste para hacerlo, pero que yo no tenía derecho a exigirle que lo hiciera. Supongamos ahora que no se encuentra en la Costa Oeste. Supongamos que sólo tiene que cruzar la habitación, posar la mano sobre mi frente y, ¡oh, maravilla!, mi vida está salvada. Entonces debería hacerlo, por supuesto; sería horrible que se negara. ¿Acaso hay que decir “Ah, en ese caso tiene derecho a que le toque la frente con la mano, y sería una injusticia que se negase”? ¿De modo que tengo derecho a ello cuando es fácil que él me lo proporcione, y no lo tengo cuando es difícil? Es bastante escandalosa la idea de que los derechos de una persona hayan de debilitarse y de desaparecer a medida que se hace más difícil concedérselos.”

Concluye Judith reflexionando sobre la supuesta inmoralidad: “Aun cuando debería permitirse que el violinista use los riñones durante la hora que necesita, no deberíamos sacar la conclusión de que tiene derecho a hacerlo; deberíamos decir que si usted se niega, será, al igual que el niño que posee todos los bombones y se niega a dar uno a su hermano, egocéntrico y cruel, despreciable en realidad, pero no injusto. Y, de manera similar, que aun si suponemos un caso en el que una mujer embarazada debido a una violación debiera permitir que el no nacido usara su cuerpo durante la hora que necesita, no deberíamos sacar la conclusión de que el no nacido tiene derecho a usarlo; deberíamos sacar la conclusión de que, si se niega, será egocéntrica, cruel, despreciable, pero no injusta. Su conducta dejaría que desear, pero por otras razones. No hay necesidad de insistir sobre esto. Si alguien desea deducir “él tiene derecho” de “tú deberías”, de cualquier modo tiene que admitir que hay casos en los que no se le exige moralmente a usted permitir al violinista el uso de sus riñones, y en los que él no tiene derecho a usarlos, y en los que usted no comete una injusticia si se niega. Y así ocurre también con la madre y el hijo no nacido. Excepto en los casos en que el no nacido tiene derecho a exigirlo –y antes dejamos abierta la posibilidad de que haya casos así–, a nadie se le puede exigir que sacrifique su salud, sus otros intereses y asuntos personales y todos sus deberes y compromisos durante nueve años, ni siquiera durante nueve meses, para mantener viva a otra persona.”

Recapitulación: “Siguiendo la iniciativa de los que se oponen al aborto, a lo largo de este ensayo he venido hablando del feto simplemente como un ser humano, y lo que he estado preguntando es si el argumento con el que comenzamos, que sólo se apoya en la idea de que el feto es un ser humano, puede o no demostrar su conclusión —recordemos la bellota y la encina—. Yo he sostenido que no. Pero desde luego hay argumentos y argumentos, y es posible que se diga que yo me he apegado a uno erróneo. Es posible que se diga que lo importante no es sólo el hecho de que el feto sea un ser humano, sino que sea un ser humano con el que la mujer tiene un tipo especial de responsabilidad que se deriva del hecho de que es su madre. Y se podría alegar que todas mis analogías son por lo tanto irrelevantes, ya que usted no tiene ese tipo especial de responsabilidad para con el violinista, y Henry Fonda no tiene este tipo especial de responsabilidad para conmigo. Y puede que se nos haga notar el hecho de que tanto los hombres como las mujeres están obligados por la ley a mantener a sus hijos.
Desde luego nosotros no tenemos ningún tipo de “responsabilidad especial” con ninguna persona a no ser que la hayamos asumido, explícita o implícitamente. Si unos padres no tratan de evitar el embarazo, no llevan a cabo un aborto y, cuando el niño nace, no lo dan en adopción, sino que se lo llevan a su casa, entonces asumen la responsabilidad, le conceden derechos, y no pueden ahora retirarle la atención poniendo en riesgo su vida simplemente porque les resulte difícil cuidarlo. En cambio, si ellos han tomado todas las precauciones razonables para evitar un hijo, no tienen ninguna responsabilidad especial para con el hijo que han concebido sólo en virtud de la relación biológica que los une a él. Puede que quieran asumir esa responsabilidad, pero puede que no quieran. Lo que intento decir es que si asumir la responsabilidad les exige grandes sacrificios, pueden rehusarse.
 Un Buen Samaritano[6] no la rechazaría, o más bien un Espléndido Samaritano, aunque los sacrificios que hubiera que hacer fueran enormes. Pero en ese caso, un Buen Samaritano también asumiría la responsabilidad para con el violinista; y si Henry Fonda fuese un Buen Samaritano, también vendría desde la Costa Oeste para asumir esa responsabilidad para conmigo.
Muchos de los que consideran el aborto moralmente permisible encontrarán mi razonamiento insatisfactorio en dos aspectos. En primer lugar, yo sostengo que el aborto es permisible, pero no sostengo que lo sea siempre. Puede haber casos en los que llevar el embarazo a término requiera sólo que la madre sea una Samaritana Mínimamente Decente, y no deberíamos estar por debajo de ese estándar. Creo que mi exposición tiene precisamente el mérito de que no responde con un sí ni con un no general. Permite y apoya nuestra intuición, por ejemplo, de que una colegiala de catorce años embarazada como consecuencia de una violación, y terriblemente asustada, desde luego puede optar por el aborto, y que cualquier ley que prohíba esto es una ley insensata. Y también permite y apoya nuestra intuición de que en otros casos recurrir al aborto es incluso abiertamente despreciable. Sería despreciable que una mujer solicitase un aborto –y que un médico lo practicara– en el séptimo mes de embarazo, sólo porque quiere evitar la molestia de posponer un viaje al extranjero. El hecho mismo de que los argumentos hacia los que he querido llamar la atención traten de la misma manera desde una perspectiva moral todos los casos de aborto, incluso aquellos en los que la vida de la madre no está en peligro, debiera haberlos hecho parecer sospechosos desde el principio.
En segundo lugar, al defender la permisibilidad del aborto en algunos casos, no defiendo el derecho a asegurar la muerte del niño no nacido. Es fácil confundir estas dos cosas, porque antes de cierto tiempo, el feto no puede sobrevivir fuera del cuerpo de la madre, y por lo tanto, sacarlo de allí garantiza su muerte. Pero son muy diferentes. Ya he sostenido que la moral no le exige a usted pasar nueve meses en la cama conectado al violinista; pero esto en absoluto implica que sí, cuando usted se desconecta, se realiza un milagro y él sigue viviendo, tenga usted derecho a volverse y cortarle el cuello. Usted puede separarse de él aun a costa de la vida de él, pero usted no tiene derecho a garantizar su muerte por algún otro medio. Hay quienes se sentirán desilusionados por este aspecto de mi argumentación. Para una mujer el mero pensamiento de que su hijo, parte de sí misma, sea adoptado y no pueda volver a verlo ni oírlo puede ser profundamente desolador. Puede que entonces no sólo quiera que el niño sea separado de ella, sino, algo más, que el niño muera. Algunos de los que se oponen al aborto consideran esto por abajo de lo despreciable, demostrando así ser insensibles a lo que sin duda es una poderosa fuente de desesperación. De todos modos, convengo en que, si resultase posible separarlo sin que muriese, el deseo de que muera el niño no es algo por lo que nadie debería ser felicitado.
Una vez llegados hasta aquí, sin embargo, debe recordarse que a lo largo de este ensayo hemos estado sólo suponiendo que el feto es un ser humano desde el momento de la concepción. El aborto realizado al comienzo del embarazo ciertamente no equivale a matar a una persona, y por lo tanto nada de lo que he dicho aquí sería aplicable a ese caso”.

El ensayo de Judith J. Thomson tiene una extensión de trece páginas, yo lo he resumido ¿? en doce. Los argumentos de Judith son tan ilustrativos, al margen de convincentes o no, que me he dejado llevar por la tentación de exponerlos casi literalmente. Mi sentimiento de culpabilidad solo se mitiga levemente atendiendo a mi voluntad y firme propósito de que el próximo post sea breve. Lo intentaré.

Colau


[1] En todo el ensayo, Judith J. Thomson utiliza el vocablo “persona” en lugar de “ser humano”. Yo me tomo la libertad de sustituirlo por “ser humano” toda vez indicadas las claras diferencias que existen entre uno y otro, que en 1971 Judith no tuvo en cuenta.
[2] La razón expuesta en el post “Qué es un ser humano”. Aunque a priori parezca superficial y frívola, al margen de creencias religiosas, es probadamente científica.
[3] Encíclica del Papa Pío XI sobre el matrimonio cristiano: “Por mucho que compadezcamos a la madre, cuya salud e incluso vida peligren gravemente al llevar a cabo el deber que le ha conferido la Naturaleza, ¿qué razón suficiente habría para justificar, del modo que fuese, el asesinato directo del inocente? Esto es precisamente de lo que aquí nos ocupamos.” Noonan [en The Moralíty of Abortion] se expresa de la siguiente manera: “¿Qué razón puede justificar nunca, del modo qué sea, matar directamente a un inocente? Porque de eso se trata.”

[4] Fragmento de la Carta a la Sociedad Católica Italiana de Comadronas, de Pío XII: “El niño que se halla en el claustro materno recibe el derecho a la vida directamente de Dios. Por consiguiente, no hay ningún hombre, ni autoridad humana, ni ciencia, ni 'indicación' médica, eugénica, social, económica o moral que pueda otorgar una base jurídica válida para la disposición deliberada y directa de la vida de un inocente, disposición que persigue su destrucción, sea como fin o corno medio para otro fin que quizás en sí mismo no sea ilícito. El bebé no nacido es hombre en el mismo grado y por la misma razón que la madre” (citado en The Morality of Abortion, de Noonam).

[5] Se pasa por alto en este punto la autoridad que le concede a la madre la facultad de ya ser persona y no solamente ser humano, y de poseer los atributos que esto lleva implícitos, mientras que el feto solamente es, supuestamente, un ser humano con perspectivas futuras ( o sea, imaginarias) de convertirse en persona. (Nota de quién suscribe).
[6] Historia del Buen Samaritano: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino y, habiéndolo visto, dio un rodeo y pasó de largo. De la misma manera, también un levita que pasaba por aquel lugar lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó cerca de él, y así que lo vio se compadeció de él. Y acercándose, le vendó las heridas después de echar en ellas aceite y vino, y colocándolo encima de su propio jumento, lo llevó a una posada y lo cuidó. Y al día siguiente, sacando dos denarios, los dio al posadero, y le dijo: “Cuídalo, y lo que gastes de más a mi vuelta te lo abonaré.” (Lucas 10, 3035)