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sábado, 28 de febrero de 2015

PEC de Historia de la filosofía antigua



LOS PARECERES DE LOS QUE SE NUTREN LOS MORTALES. LA VÍA DE LA DOXA

PARMÉNIDES (PARMENIDHS) (515-10 – 450 a. C. Aprox.)

Parménides y Heráclito “piensan lo verdadero en una única copertenencia al comienzo del pensar occidental. Pensar lo verdadero significa: experimentar lo verdadero en su esencia y saber la verdad de lo verdadero en dicha experiencia esencial […] han transcurrido dos mil quinientos años desde el comienzo del pensar occidental. No obstante, lo pensado en el pensar de ambos pensadores nunca ha sido afectado por el paso de los años y siglos. […] Llamamos a lo precedente y a aquello que determina toda la historia: lo inicial”[1]

Heidegger entiende que los primeros “pensadores iniciales” fueron Anaximandro, Parménides y Heráclito, tachando a los anteriores de “pensadores primitivos”.

“Las palabras de Parménides tienen la forma lingüística de versos y estrofas. Se dan como un «poema». Sin embargo, puesto que las palabras exponen una "doctrina filosófica», se habla del «poema doctrina» o "didáctico» de Parménides. Ésta es una caracterización de su decir pensante, el cual procede de la perplejidad”.[2]

Se le atribuye un solo “tratado”.[3] Un poema en  hexámetros dactílicos, del cual fragmentos importantes subsisten gracias a Sexto Empírico, que conservó el proemio, y a Simplicio, que transcribió amplios extractos en sus comentarios al De caelo y a la Física de Aristóteles.[4]

Sus argumentos y conclusiones paradójicas (sobre el ser) ejercieron influencia sobre la filosofía griega posterior; su método y su impacto se han comparado con los del cogito de Descartes.[5]

“El pensador Parménides habla de una diosa.  […] Todo lo que el pensador dice en los fragmentos siguientes del “poema didáctico” es la palabra de esta diosa”. […] ¿Quién es la diosa? La diosa es la diosa «verdad». Ella misma –“la verdad”– es la diosa. […] Si Parménides nombra la diosa «verdad», la verdad misma tiene que experimentarse aquí como la diosa.[6]

Lo confirma Marzoa al observar en el último verso del proemio “tenía que” (Imperfecto; también en griego): la necesidad del parecer es “anterior”, porque es la verdad misma.[7]

Está compuesto por un Proemio de treinta y dos versos, y dieciocho fragmentos más según la traducción de Diels-Kranz. Los seis fragmentos siguientes la diosa argumenta la Vía de la verdad (a1lh’qeia –palabra que literalmente se traduce por “desocultamiento”–). Parménides declara que esta vía “es imposible que no sea”. También llamado “camino del ser”. En el fragmento número ocho, la diosa pone fin a su “segura razón” (lógoç), y lo cambia por la Vía de la apariencia (dóxa). Camino de las opiniones plausibles que se mueve, de manera correcta, entre apariencias, y va a parar a la Vía de las opiniones erradas de los mortales. Parménides declara que esta vía “es necesario que no sea”. También llamado “camino del no-ser”.

El camino de la verdad respecto de los otros es excluyente, puesto que son contradictorios. “[…] y el juicio acerca de ello está en esto: es o no es.[8]

Los dos caminos se infieren del siguiente párrafo:

Fr. 2: Diré –tú escucha y guarda mis palabras– que únicos caminos de búsqueda hay que pasar:
El uno: que es, y no es no-ser; es el camino de la convicción –pues sigue a la verdad–; el otro: que no es, y que no-ser es preciso; éste te hago saber que es un sendero absolutamente desconocido (o del que no puede haber convicción alguna); pues no podrás conocer el no-ser –no es, en efecto, cumplible– ni podrás darlo a conocer.[9]

Otra traducción del mismo fragmento es la siguiente:

Pues bien, yo te diré (y tú, tras oír mi relato, llévatelo contigo) las únicas vías de investigación pensables. La una, que es y que le es imposible no ser, es el camino de la persuasión (porque acompaña a la Verdad); la otra, que no es y que le es necesario no ser, ésta, te lo aseguro, es una vía totalmente indiscernible; pues no podrías conocer lo no ente (es imposible) ni expresarlo.[10]

Fr. 1: Es preciso te percates de todo; tanto del corazón sin temblor de la redonda verdad como de los pareceres de los mortales…

(En este punto, Marzoa interpreta el brotw<n dóxai como “los pareceres de los que viven los mortales”, no “las opiniones (subjetivas) de los mortales” Es la cosa la que (a)parece, no los hombres que “opinan” y se equivocan).[11] Lo que coloca esta afirmación en el ámbito de la verdad, pero hay que tener muy en cuenta como finaliza la diosa la frase: “en los que no hay verdadera solidez” (se refiere a los mortales). Podría tratarse de una ambigüedad del texto.

Del camino de la verdad (a1lh’qeia) se desprenden estas conocidas afirmaciones y que detallaré para atender a la idea global del mensaje de la diosa. Por primera vez en la historia se enuncia el principio de no contradicción: el ser es y no puede no ser y el no-ser no es y no puede ser.[12] Solo el ser es pensable y decible, y el no-ser es impensable e indecible. La coincidencia entre ser y pensamiento: pues lo mismo es ser pensado y ser.[13]  Los signos de verdad: permanece aún una sola versión de una vía: que es. En ella hay muchos signos de que, por ser ingénito, es también imperecedero, entero, monogénito, inmóvil y perfecto.[14] Es ingénito (no engendrado) e imperecedero: ni nunca fue ni será, puesto que es ahora, todo entero, uno, continuo.[15] Es “Uno” y continuo: ni está dividido, pues es todo igual; ni hay más aquí, esto impediría que fuese continuo, ni menos allí, sino que está todo lleno de ente. Por tanto, es todo continuo, pues lo ente toca a lo ente.[16] Es invariable: igual a sí mismo y en el mismo lugar está por sí mismo y así quedará firme donde está; pues la poderosa Necesidad lo mantiene dentro de las cadenas de un límite[17] que por todas partes lo aprisiona.[18] Y perfecto: pero, puesto que es límite último, es perfecto, como la masa de una esfera bien redonda en su totalidad, equilibrado desde el centro en todas sus direcciones […].[19]
El fragmento 8 (50-52), según traducción de Marzoa, finaliza con estos términos:

“Aquí pongo término a mi segura razón (lógoç) y pensamiento acerca de la verdad; a partir de aquí, aprende los pareceres de los que se nutren los mortales, oyendo el orden engañoso de mis palabras”.

A partir de este punto todo el poema se refiere a la dóxa (parecer) y no a la verdad (a1lh’qeia), lo que según Marzoa quiere decir “engañoso”.
La intención de Parménides apunta a presentar las opiniones mortales, no como son actualmente, sino como podrían ser en el mejor de los casos, hecho que convierte en engañosa la exposición en un sentido más amplio: en efecto, procura una representación engañosamente plausible (aunque no genuinamente convincente de la realidad.[20]
Para comprender mejor la conexión entre la cosmología de Parménides y las opiniones mortales en general, necesitamos considerar los dos últimos versos del Fr. 1:

 “Es necesario que conozcas todo, tanto el corazón imperturbable de la verdad bien redonda, como las opiniones de los mortales, en las que no hay verdadera confianza. Aprenderás, empero, también cómo las creencias deberían ser aceptables, penetrándolo totalmente todo”.[21]

Lo que Parménides afirma ser falso, en los vv. 31-32, no es la especificación de la diosa sobre la condición, sino su pretensión de que pueden satisfacerle los objetos de la creencia mortal. De ello se sigue que la cosmología de la segunda parte del poema debería leerse como una reinterpretación del mundo en el que creen los mortales, en términos que lo explican (de un modo falso, pero atractivo) en la medida en que satisfacen la condición de penetrabilidad.[22]

“Pues decidieron (esos mortales, dice) dar nombre a dos formas (la luz y la noche), de las que necesariamente no deben nombrar más que a una, y en esto es en lo que están extraviados […]” (fr. 8, 54).

Aquí se está hablando de unas creencias erradas, engañosas de raíz; por eso, muchos estudiosos han concluido, demasiado precipitadamente, que todo lo que de teorías físicas, astronómicas o fisiológicas se nos ha trasmitido a nombre de Parménides no pertenecía en realidad a Parménides, sino que eran doctrinas de otras escuelas filosóficas o científicas (de los pitagóricos, por ejemplo) que Parménides sólo exponía para refutarlas[23]; o incluso, como no se ve muy bien de quién podían ser esas teorías, que él mismo se las había inventado, para presentar una especie de modelo ejemplar de los errores humanos[24].
Lo cual parece increíble pues, para empezar, todos los lectores antiguos del poema, desde Aristóteles hasta Simplicio, tomaban las teorías físicas que ahí se exponían como propias de Parménides; y parece difícil creer que todos ellos hayan sido incapaces de entender un texto que aún tenían entre manos en su integridad. Además, en otro fragmento, que introduce la parte cosmológica del poema, la diosa dice:

“Conocerás la naturaleza del éter y lodos los signos […] que hay en él (fr.10, 1-2); y luego: “[…] Y sabrás además del cielo circundante… (fr.10, 5)[25].

Es evidente que aquí no se está prometiendo una exposición de errores ajenos, sino un saber cierto y fidedigno. Por consiguiente, los estudiosos han tratado de entender las creencias de los mortales y las teorías físicas del poema, ya sea como unas hipótesis o conjeturas más o menos verosímiles, aunque no rigurosamente demostrables[26]. Pero las formulaciones de la diosa son tajantes en cuanto a que los mortales andan errados o descarriados (“en lo cual andan errantes”)[27], cuando establecen sus dos principios, y que el orden del mundo que se funda sobre esos dos principios es un orden engañoso (“oyendo el orden engañoso de mis palabras)[28].
Parece que ese dilema no admite otra solución que la de reconocer que se trata, efectivamente, de dos cosas distintas: que se ha de distinguir, por un lado, el orden engañoso de las creencias de los mortales descarriados y, por otro, el saber cierto y fidedigno acerca de los astros y lo demás que la diosa promete revelar a su oyente, y que incluye también las teorías físicas y fisiológicas que los lectores antiguos atribuían a Parménides. Pero lo que no acaba de estar claro del todo es en qué consiste esa diferencia o contraposición entre el saber que la diosa enseña y las creencias engañosas de los mortales; aunque no es demasiado difícil descubrirla, con sólo leer atentamente los textos.
Por un lado, en la creencia de los mortales los dos elementos, la luz y la noche, se nos presentan como nítidamente opuestos y separados,

han discernido la figura en contrarios […], aquí el fuego etéreo de la llama […] lo mismo consigo en todas partes y no lo mismo que el otro […]; y enfrente aquello otro en sí mismo: la noche sin conocimiento…”[29]

Cada uno de los dos es lo que es, porque no es lo que es el otro. Podemos observar, de paso, que se trata de una separación conceptual, lingüística, convencional: el error de los mortales no está en el “engaño de los sentidos”, como han repetido tantos intérpretes antiguos y modernos; el error está en tomar por verdad lo que es mera convención lingüística. La luz que ven los ojos no es nunca luz pura, en todas partes igual a sí misma, sino la luz más o menos mezclada con la sombra, con un sinfín de matices y de claroscuros. Una luz pura, sin ninguna mezcla de oscuridad, sólo puede ser una luz abstracta o ideal, una luz cuyo ser no puede estar más que en el nombre o concepto que está establecido en el vocabulario de alguna lengua.
Y lo mismo vale para los pares de opuestos derivados de esos dos elementos, que caen bajo los respectivos poderes de uno y otro (lo caliente y lo frío, lo raro y lo denso, etc.)[30]: están rigurosamente separados, repartidos:

Pero, puesto que todas las cosas han sido llamadas luz y noche y a cada una le ha sido asignado lo que le corresponde a sus potencias, todo está lleno de luz y de noche sombría a la vez, ambas iguales, puesto que ninguna de las dos participa de la nada.”[31]

O, como también podemos entender esas palabras, porque no tienen ningún derecho ni poder el uno sobre el otro; lo que a todas luces parece excluir cualquier posibilidad de mezcla o penetración recíproca de los dos elementos, cualquier intrusión de cada uno en los dominios del otro.
No es difícil ver que esa separación es exactamente lo contrario de lo que encontramos en los fragmentos físicos del poema: ahí vemos que la ley más fundamental es la mezcla y compenetración de los opuestos. Es la ley que encarna la diosa que lo gobierna todo”, la que ordena en todas partes la mezcla y unión de lo masculino y lo femenino[32], que podemos tomar como un caso representativo de la relación entre los opuestos en general. Por lo demás, la tradición indirecta corrobora este sentido del fragmento. Aristóteles dice que “los que establecen dos principios, como Parménides el fuego y la tierra, hacen de los intermedios, el aire o el agua, mezclas de aquéllos”[33]  (lo cual es cierto, aunque la terminología de los cuatro elementos es evidentemente de Aristóteles, no de Parménides); y Plutarco escribe que Parménides “compuso una ordenación del mundo, y habiendo mezclado como elementos lo luminoso y lo oscuro, a partir de éstos y por medio de ellos produce todos los fenómenos”[34].
Ese principio o ley de la mezcla de los opuestos lo encontramos una y otra vez en los informes doxográficos y, lo que importa más, en los fragmentos literales: por ejemplo, en la embriología del fragmento 18, donde se habla del equilibrio del semen masculino y femenino:

“Cuando mezclan varón y mujer las semillas de Venus, la potencia formada en las venas de sangre diversa, si mantiene equilibrio, compone bien íntegros cuerpos.  Mas, si, el semen mezclado, la pugna mantienen las  fuerzas  sin llegar a una sola en el cuerpo mezclado, funestas  dañarán por las dobles semillas al sexo que nace”.[35]
 
O en el fragmento 16, donde se menciona la “mezcla de miembros”:

“Pues según uno tiene la mezcla en sus miembros fluctuantes, Así el juicio en lo hombres se muestra; es lo mismo, en efecto, lo que piensa en los hombres el ser de los órganos físicos, y es en todos igual, que el pensar de lo más es efecto”.[36]

La mezcla y, más aún, la fusión o compenetración íntima: todo lo contrario de la separación rigurosa que caracteriza a las creencias de los mortales. También podemos recordar aquí el fragmento B 4 de Marzoa, que probablemente debió continuar a modo de transición hacia el saber fidedigno acerca de perì fúseoç[37]:

“Mira, sin embargo, lo ausente firmemente presente para el pensamiento; pues no separarás el ser, cortándolo, de su adherencia al ser; ni dispensándolo totalmente por todas partes, con arreglo al orden, ni componiéndolo”.[38]

Podemos entender esos versos como una condena del error de los mortales que se acaba de exponer: no hay que cortar “lo que es” de manera que no se tenga junto a “lo que es”, como hacen ellos al dividirlo en opuestos separados entre sí y repartidosque a esto o aquello según sus potencias se asignan (fr.9, 2), de modo que ahí donde esté presente uno está ausente el otro: donde hay luz, no hay tiniebla, y viceversa. Pero la inteligencia, alcanza a ver lo ausente como presente, porque los opuestos que los mortales separan están en verdad presentes cada uno en el otro.
La consecuencia más llamativa de esa ley de la mezcla es que las oposiciones que los mortales toman por excluyentes y absolutas quedan reducidas así a meras diferencias cuantitativas. Lo que la convención lingüística de los mortales establece como cuestiones de “sí o no” (luz o tiniebla, masculino o femenino) viene a consistir en realidad en mera diferencia de más o de menos en la proporción de los elementos dentro de la mezcla.
 Parece ser que, en virtud de esa reducción dialéctica de las diferencias cualitativas a cuantitativas, incluso la diferencia que a los mortales se nos aparece como la más radical, como la cuestión de ser o no ser por excelencia, la de vida y muerte, venía a ser mera cuestión de grado. Según Teofrasto (De sensibus, 4), en algunos de los versos hoy perdidos del poema se leía que:

 también por el principio contrario en sí (es decir, el frío)[39]  cree que hay sensación es evidente cuando dice que el cadáver no percibe la luz, el calor y el sonido debido a la pérdida del fuego, percibiendo, en cambio, el frío, el silencio y los contrarios, y que en general todo lo que existe tiene algún tipo de cognición”.[40]  

Para nosotros, eso de que los muertos sienten o perciben algo parece ser, desde luego, una tesis más bien extravagante; pero no debió de serlo tanto para los griegos, de manera que no hay ningún motivo para excluir que Parménides y su diosa la hayan compartido.
Lo que nos viene a decir el testimonio de Teofrasto es que incluso esa diferencia entre la vida y la muerte viene a consistir, a fin de cuentas, en mera diferencia de grado o de proporción de fuego y de noche en la mezcla de los miembros; que, así como vivir no es ser uno el que es, así también lo que los mortales llaman no ser o estar muerto es en verdad otro modo de participar en el proceso de hacerse y deshacerse las cosas y, como tal, pertenece a lo que hay no menos que la vida misma. Incluso la declaración de la verdad misma, “le es imposible  no ser” (ou1k e5sti mh’ ei<nai  fr. 2, 3)[41], quizá pueda entenderse también como diciendo que nadie ni nada puede estar nunca muerto del todo.
¿Quiénes son esos “mortales” a los que se ataca en el poema? ¿Qué creencias son esas creencias engañosas que la diosa está denunciando? Se hace cada vez más evidente que esa oposición de ‘luz’ y ‘noche’, teniendo en cuenta los valores simbólicos que esos términos tenían para los griegos, no puede ser otra que la oposición de ‘vida’ y ‘muerte’: esto es, la oposición entre el mundo de los vivos, que “ven la luz del día”, y el mundo subterráneo de los muertos, los “que no ven”. Las “creencias de los mortales” vienen a ser, pues, sencillamente las que los paisanos de Parménides en su día profesaban, tal como estaban consignadas en los cantos de Homero y de Hesíodo, y que eran a su manera lo que más se aproximaba en su mundo a ser algo así como una religión oficial o visión dominante de la realidad; aunque en ese punto los griegos no dejan de ser bastante representativos de los hombres en general, para los que esa oposición de vida y muerte es, desde luego, la cuestión de ser y no ser por excelencia.

Colau

Valoración 10 




[1] Martin Heidegger. (Parménides, Akal, Madrid, 2005). (Pág. 5)
[2] Martin Heidegger. (Parménides, Akal, Madrid, 2005). (Pág. 7)
[3] (Dióg. L., I 16, DK 28 A 13)
[4] G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014) (Pág. 321)
[5] G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014) (Pág. 322)
[6] Martin Heidegger. (Parménides, Akal, Madrid, 2005). (Pág. 10)
[7] Felipe Martínez Marzoa. (Historia de la Filosofía I, Akal, Madrid, 2013) (Pág. 34; nota 10 a))
[8] Fr. 8. Simplicio, In Phys. 78, 5 (verso 16). Traducción del libro Historia de la Filosofía I de Felipe Martínez Marzoa. (Pág. 36).
[9] Simplicio, In Phys. 116, 28 (versos 3-8). Traducción del libro Historia de la Filosofía I de Felipe Martínez Marzoa. (Pág. 34).
[10] Simplicio, In Phys. 116, 28 (versos 3-8). Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 326).
[11] Fr. 1. Sexto, Adv. math. VII, 3 (versos 1-30) Simplicio, De caelo 557, 25 y ss. (versos 28-32). Traducción y opinión en el libro Historia de la Filosofía I de Felipe Martínez Marzoa. (Pág. 33).
[12] Extracto del Fr. 2. Simplicio, In Phis. 116, 28 (versos 3-8).
[13] Fr. 3 Plotino V 1, 8 (tò gàr au1tò noei<n e5stin kaì ei<nai). Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 328).
[14] Fr. 8 1-4 Simplicio, In Phys. 78, 5; 145, 1. Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 330).
[15] Fr. 8 5-21 Simplicio, In Phys. 78, 5; 145, 5. Traducción del libro Historia de la Filosofía I de Felipe Martínez Marzoa. (Pág. 35).
[16] Fr. 8 22-5 Simplicio, In Phys. 78, 5; 144, 29. Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 332).
[17]dentro de las cadenas de un límite” puede ser interpretado, según los autores, como un modo metafórico de hablar de determinación.
[18] Fr. 8 29-31 Simplicio, In Phys. 78, 5; 145, 27. Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 333).
[19] Fr. 8 32-49 Simplicio, In Phys. 78, 5; 146, 5. Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 335).
[20] G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014) (Pág. 337)
[21] Fr. 1, 28-32, Simplicio, De caelo 557, 25. Traducción del libro Los filósofos presocráticos de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Gredos, Madrid, 2014). (Pág. 337).
[22] G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014) (Pág. 338)
[23] A. Capizzi, (Introduzione a Parmenide). Laterza, Bari, 1975 (2ª ed. 1985), págs. 72 y 80.
[24] G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014),
[25] Fr. 10, Clemente, Strom., v 138 de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014).
[26] J. Solana Dueso, (De logos a physis, Estudio sobre el poema de Parménides). Mira, Zaragoza, 2006, pág. 21.
[27] Felipe Martínez Marzoa. (Historia de la Filosofía I, Akal, Madrid, 2013), pág. 38 (B 8)
[28] Felipe Martínez Marzoa. (Historia de la Filosofía I, Akal, Madrid, 2013), pág. 37 (B 8)
[29] Felipe Martínez Marzoa. (Historia de la Filosofía I, Akal, Madrid, 2013), pág. 38 (B 8)
[30] Cf. Simpl. In Phys. 31, 3-7 = Vors. I 240, 11-15.
[31] Fr. 9; Simplicio, in Phys. 180, 8, de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014).
[32] Fr. 12; Simplicio, in Phys. 39, 14 y 31, 13, de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014).
[33] Arist. De gen. II 3, 330b13-15.
[34] Plut. Adv. Col. 1114b.
[35] Celio Aureliano (Morb. Chron, IV, 9. José Solana Dueso,  (De Logos a Physis. Estudio sobre el Poema de Parménides), Mira Editores, Zaragoza, 2006. (Pág. 193)
[36] Aristóteles, Metafísica 1009b 22-25. José Solana Dueso,  (De Logos a Physis. Estudio sobre el Poema de Parménides), Mira Editores, Zaragoza, 2006. (Pág. 192)
[37] A. García Calvo, (Lecturas presocráticas), cit. (n. 18), pp. 210-211. Él indica el nombre en latín “rerum natura”.
[38] Felipe Martínez Marzoa. (Historia de la Filosofía I, Akal, Madrid, 2013), pág. 34 (B 4)
[39] Teofrasto (De sensibus, 4, Traducción y notas de José Solano Dueso). Se acepta la suposición de Diels (lo contrario, en este caso, es el frío), pues de otro modo no sería comprensible la inclusión de Parménides entre los que defienden que la sensación tiene su origen en la semejanza de los elementos. De este modo, el pensamiento del eléata es coherente al suponer que su cadáver, frío y silencioso, percibirá lo que le es semejante, el frío y el silencio.
[40] Teofrasto (De sensibus, 4, Traducción y notas de José Solano Dueso). De acuerdo con Aecio IV, 5, 12, “Parménides, Empédocles y Demócrito dicen que es lo mismo entendimiento y alma; según ellos ningún animal sería totalmente irracional (ταὐτὸν νοῦν καὶ ψυχήν, καθ᾽ οὕς οὐδὲν ἂν εἴη ζῷον ἄλοχον κυρίως)” (DK 28 A 45). También Aecio toma como doctrina netamente parmenídea los asertos de la vía de la opinión. 
[41] Fr. 2, Simplicio, In Phys. 116, 28 (versos 3-8) de G. S. Kirk, J. Raven y M. Schofield. (Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 2014).

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